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Eso que ocurrió el sábado sobre un cuadrilátero de boxeo de Las Vegas resultó ser totalmente real. Floyd Mayweather vs. Conor McGregor fue una genuina y honesta pelea de box.

Ok, no fue una pelea de derribar ni arrastrar. Nadie fue derribado. Nadie salió arrastrado.

Pero nadie exigió un reembolso. Llegó hasta el décimo round (algunos pensaban que duraría 10 segundos). Mayweather fue declarado ganador por nocaut técnico (algunos pensaron que MacGregor sería declarado muerto en el campo de batalla por los investigadores).

El árbitro detuvo la pelea porque McGregor parecía tembloroso, exhausto y casi sin poder mantenerse de pie. Un minuto o dos después de que a Mayweather le levantaran el brazo como señal de triunfo, él reconoció que McGregor le dio más dificultades de lo que esperaba.

Más de lo que prácticamente todos esperaban.

Todos tenían el derecho de sospechar un arreglo. Mayweather era un campeón de boxeo. McGregor ni siquiera era boxeador. Mayweather es un atleta de puños veloces. McGregor era de un deporte en el que los tipos acostumbran a pelear usando los pies. Mayweather estaba listo para ser el boxeador invicto más grande desde Rocky Marciano. McGregor era apenas la mayor sorpresa desde Rocky Balboa.

Los promotores pagaban millones a los oponentes. Los clientes pagaban miles por los boletos. Los televidentes desembolsaban 99.99 dólares por el pago por evento. Las casas de apuestas decían que no había una manera seria de que Mayweather pudiera perder. Los médicos advertían que McGregor podía resultar gravemente herido. Todos querían una sorpresa.

Un boxeador frente a un artista de las artes marciales mixtas realmente era una especie de deporte después de todo. No era ridículo como Michael Phelps nadando contra un tiburón. No era asqueroso como contar cuántos hot dogs podía devorar Joey Chestnut.

Desde el principio, esto parecía ser una promoción absurda diseñada para quitarle su dinero a los tontos. Parecía espectáculo, no deporte.

Mayweather vs. McGregor fue programada para la arena T-Mobile, donde a principios de este mes los artistas destacados eran Ed Sheeran, Kendrick Lamar y Lady Gaga. Muchos de los fanáticos del boxeo hubieran preferido ver a alguno de esos tres enfrentando a Mayweather en lugar de un tipo de artes marciales mixtas.

McGregor es un irlandés de 29 años barbado, tatuado y con flojas extremidades unidas a una postura extrañamente erguida. Se mueve como un muñeco de plástico humano. Se pasó las últimas semanas en el rostro de Mayweather, hablando, agitando la pelea, haciendo las rondas y amenazándolo con lesiones corporales.

Mayweather es un tipo de 40 años que no había peleado en dos años. Él llegó al cuadrilátero con capucha y máscara negras, sin parecerse a Darth Vader de “Star Wars”, sino a Dark Helmet de “Spaceballs”.

Salió del retiro por razones que atraerían casi a cualquiera: al menos 100 millones de dólares, tal vez más, dependiendo cuál sea la tajada de Floyd de la caja registradora del pago por evento. “Money” (dinero) es el apodo de este hombre, como Rocky era para Marciano. Si alguna vez derrama sangre, probablemente sería verde.

Hubo una espera al inicio de la pelea debido a algún tipo de falla relacionada con el pago por evento. El primer minuto de esta pelea no podía perderse ante la fuerte posibilidad de que no hubiera un segundo minuto.

En cambio, el retador, McGregor, le dio pelea al campeón, Mayweather. Algunos te dirán que McGregor ganó los primeros tres asaltos. Algunos también te dirán que McGregor golpeó a su rival detrás de la cabeza tantas veces como lo hizo delante. Lo cual estaría bien en las artes marciales, pero no en el pugilismo profesional.

Entonces saltaron los instintos de Mayweather y su habilidad se hizo cargo. Él empezó a ganar asalto tras asalto, dominando los procedimientos, cometiendo pocos errores. Si estabas esperando verlo hacer que el hombre de Dublin cayera como una pinta de Guinness, sigue esperando. Pero empezó a ser bastante obvio que el dinero apostado a Money Mayweather era una apuesta segura.

¿Fue una pelea inolvidable? No. La habrás olvidado para el lunes. ¿Querrá el mundo una revancha? No. El mundo tiene mayores necesidades.

¿Pero valió la pena para aquellos que pagaron por verla? Sí, de verdad valió la pena.